martes, 18 de noviembre de 2014

LA CASIDA


La casida (en árabe qasida) es una forma poética propia de Arabia. Era de un género poético extenso, de más de 50 versos e incluso más de 100. Más tarde fue adoptada por los persas que la emplearon con frecuencia.
En su origen, la casida está dedicada a un rey o a un noble.
Aunque la casida clásica estaba formada por una única rima que se mantenía a lo largo de todo el poema, en su forma más extendida suele componerse de pareados, aunque en la versión persa posterior sólo hay un pareado al comienzo, mientras que a partir de ahí sólo el segundo verso de cada par rima con dicho pareado inicial.
En el siglo XX varios autores españoles han recuperado y empleado la casida aunque lo único que los une con el género original es un sentimiento de nostalgia y pérdida, y una temática generalmente amorosa.
 El más conocido es Federico Garcia Lorca quien en "Poeta en Nueva York" y en "Diván del Tamarit" incluye bastantes casidas y gacelas.

En clase le hemos escrito una casida dedicada a Umm Al Kirâm.

Umm Al Kirâm está triste
porque abandonó Almería.

Está en África sola,
ya no puede hacer poesía.

Ha perdido a sus amigos
a quienes tanto quería.

Ya no es aquella princesa,
su Al Ándalus no veía.

Su padre estaba apenado
como lo estaba Almería.

Aún te queda mucha vida
querida paloma mía.

Algunas casidas escritas por Federico García Lorca.

Casida del llanto


He cerrado mi balcón
por que no quiero oír el llanto
pero por detrás de los grises muros
no se oye otra cosa que el llanto.

Hay muy pocos ángeles que canten,
hay muy pocos perros que ladren,
mil violines caben en la palma de mi mano.

Pero el llanto es un perro inmenso,
el llanto es un ángel inmenso,
el llanto es un violín inmenso,
las lágrimas amordazan al viento,
no se oye otra cosa que el llanto. 

Casida del herido por el agua


Quiero bajar al pozo,
quiero subir los muros de Granada,
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.
El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.
¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo,
qué nocturno rumor, qué muerte blanca!
¡Qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.
El niño y su agonía, frente a frente,
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.
Quiero bajar al pozo,
quiero morir mi muerte a bocanadas,
quiero llenar mi corazón de musgo,
para ver al herido por el agua. 


Casida de la rosa


La rosa
no buscaba la aurora:
casi eterna en su ramo,
buscaba otra cosa.

La rosa,
no buscaba ni ciencia ni sombra:
confín de carne y sueño,
buscaba otra cosa.

La rosa,
no buscaba la rosa.
Inmóvil por el cielo
buscaba otra cosa.




De: Diván del Tamarit



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